13 de febrero: vendrán adversidades, tocará luchar

El 13 de febrero es un día muy particular en mi vida. En 2017 oficialmente era mi primer día en la ULA Táchira. Trabajé en la mañana con mi papá, bajé a almorzar a mi casa y luego y me tocaba tomar la Comix Tach antes de la 1:00 p.m. para llegar a tiempo. Al ritmo de la murguita del sur, canción de la Bersuit Vergarabat, iba en camino a la que todavía es mi casa, con ilusiones e inquietudes, empezando un momento que había soñado hace años atrás al momento de abrir este blog personal.

Me bajé en el Seguro Social, que queda por la parte trasera de la universidad. En vez de entrar por esa entrada donde se ubicaba el edificio D (donde tenía clases), subí hasta la entrada principal. Ya adentro me conseguí un buen amigo del colegio y le pregunté que dónde quedaba el edificio D y me dijo que debía cruzar el jardín botánico, justo a unos metros del comedor. Luego de la travesía, encontré el salón donde veía clases (llegué a tiempo, la clase empezaba a las 2:00 p.m.), y afortunadamente puesto en medio de tantos estudiantes en aquel momento, en la planta baja de aquel edificio con aires de modernidad, pero que lamentablemente ha sido víctima del hampa y de descuidos propios.

Aquí cuento el resto de la historia de aquella tarde que no terminó bien, pero me dejó una gran lección.

Cuatro años después, un 13 de febrero de 2021, no me imaginé que iba a ver por última vez a una de las personas que más quise, a mi papá. Tuvo la saturación muy baja y tuvimos que trasladarlo de emergencia al Hospital Central. Me mostró el pulgar arriba, diciéndome que todo iba a salir bien, esa fue la última imagen que me quedó de él. El 18 de febrero en la madrugada llamaron para decirme que falleció. Un dolor muy grande con el que me ha tocado que aprender a convivir. Un momento donde nadie te prepara ni te avisa. Donde muchas veces «apuñala la nostalgia» y solo queda resistir.

Un 13 de febrero estoy a punto de terminar un año académico luego de dos años y medio. La pandemia dio una estocada a todo el mundo, especialmente a las universidades públicas de este país. Fueron dos años y medio eternos, donde en algún momento pensé en tirar la toalla y rendirme, de sentir que nada tenía sentido, que había perdido todo. Pero un ángel me ha dado el temple necesario, me dejó un legado, una familia y ganas de seguir escribiendo; debo cumplir con seguir adelante, pese a todo, porque desde el plano celestial me ha recompensado.

El 13 de febrero me enseñó que la vida te va dar golpes, que nada será fácil, que te va a llevar a lo más bajo hasta hundirte, pero de ahí toca levantarse lleno de cicatrices y seguir poniendo el pecho hasta el final.

Y termino con el coro de Adelante, de Naiara: «Adelante por los sueños que nos quedan, adelante por aquellos que están por venir, porque no importa la meta, el destino la promesa de seguir»♫

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